Monday, July 25, 2011

INTRODUCCIÓN

A finales de la década de los años setenta, la economía mexicana entra en la gran crisis que afectó al capitalismo fordista[1]. Las consecuencias comienzan a ser visibles de manera clara a finales de los noventa. La educación así como sus instituciones cambian su rol ajustándose al nuevo paradigma económico. En este contexto, en 1993 la educación secundaria entra en obligatoriedad en México ajustándose a las nuevas necesidades industriales y de la globalización. La incorporación de miles de estudiantes a la secundaria, debido al decreto de obligatoriedad, profundizó el escollo en el que se encontraba la institución, estas deficiencias se han arrastrado desde entonces: centros escolares precarios, falta de profesores y poca profesionalización de los mismos, exceso de estudiantes por aula, entre otros.
En la actualidad, la situación social del país, según los indicadores macroeconómicos apuntan a un aumento de la pobreza y disminución de los niveles de la vida de un importante grupo de mexicanos y se ubica una reconcentración de la riqueza en un reducido sector social. Se le suma a este panorama, la implantación de la estrategia de lucha contra el narcotráfico que ha dejado más de 50mil muertos[2].
Según el censo de 2010 los jóvenes mexicanos  representan la mayor parte de la población, aproximadamente 27 millones y consecuentemente se encuentran en los sectores afectados por la pobreza[3].
Los jóvenes se encuentran sin perspectivas laborales, o académicas, no tienen proyectos personales, sus conocimientos y cultura general es muy pobre. Como lo explica Dufour, el capitalismo: “los empuja constantemente a la perversa satisfacción de sus deseos”. En los medios masivos de comunicación se exaltan todo tipo de mecanismos de consumo, pero los jóvenes mexicanos tienen pocas posibilidades de satisfacer sus deseos. No es extraño, en éste contexto, que se inclinen por las drogas legales e ilegales, que sobrepongan sus intereses individuales a los del colectivo, y que los otros,  sujetos que conviven en la escuela, dejan de ser compañeros, volviéndose elementos molestos los otros.
Los jóvenes que asisten a la escuela, se enfrentan a un modelo educativo rezagado en sus formas y adecuado a la reproducción del sistema, mientras que los modos de convivencia en la escuela son imagen de las condiciones sociales que se viven fuera del ámbito educativo.
Los profesores han renunciado a su papel de educadores, se encuentran atados ante la institución que les da una subsistencia precaria y del otro lado están las generaciones de jóvenes a las cuales no les importa el educador, de la misma forma que no les importa la educación. Por éste motivo no es difícil ver en la secundaria a profesores que ignorando lo que hacen los alumnos, se sienta apaciblemente en su pupitre a pasar el tiempo.
La familia de los jóvenes los trata con indiferencia, sumidos en la enajenación del trabajo cuya jornada se ha intensificado, alargado o ambas, no tienen tiempo para desarrollar el interés de sus hijos por otros proyectos y por un futuro, en muchas ocasiones los mismos padres son jóvenes que vivieron de la misma forma y que simplemente reproducen sus condiciones de vida.


[1]El modo de regulación fordista se basó decididamente en la existencia de grandes organizaciones sociales abarcativas, un Estado intervencionista en amplias esferas de la sociedad, partidos de masas burocráticos, sindicatos, federaciones empresariales, agrarias, de médicos y otros agrupamientos de intereses que se proponían manejar políticamente los procesos del mercado capitalista al igual que las estructuras y desarrollos de la sociedad, mediante sistemas de negociación centralizados. La legitimación de este sistema político se basó, en esencia, en su capacidad de implementar políticas de redistribución material, posibles con base en un crecimiento económico constante a favor de casi todos los estratos  sociales”(Hirsch en citado en Oliver, L: 2009). Cabe destacar que el estado Fordista no generó iguales beneficios sociales en los países periféricos como en los centrales.


[3] Según datos de la CONEVAL en el 2008 15 millones de jóvenes entre 12 y 29 años se encontraban en la pobreza

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